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Treinta y siete pasos

Treinta y siete pasos desde mi puerta hasta tu puerta. Treinta y siete pasos y una infranqueable barrera entre los dos. Diez pasos seguidos de veinte escalones y los siete últimos pasos que nunca me atrevo a dar.

A veces fantaseo con tomar valor y llegar al final del recorrido.

A veces me imagino tocando el timbre o —más osada— golpeando a la puerta, te veo abrir, me mirás a los ojos y finalmente te suelto todo lo que siento en un torrente vehemente de palabras.

Pero nunca me decido a hacerlo realmente.

Treinta y siete estúpidos pasos y escalones, y esta inmovilidad que me paraliza y me mantiene en vilo, en vela. Esta barrera infranqueable. Esta cobardía tan vil, esta impotencia de jornadas enteras de insomnio, pensando en qué me responderías si bajara, llegara hasta tu puerta y te dijera…

A veces veo a tu esposa en el almacén. Sé que es una señora mayor, aunque tal vez más joven que tú, y por eso le debo respeto, pero nos hemos dedicado una calculada y fría indiferencia desde la vez que intenté saludarla y no me respondió. Pasó por mi costado como si yo no importara, me hizo sentir pequeña. Tal vez ella sabe cómo me siento, y me odia por eso. Tal vez sospecha de mis elucubraciones, imagina aquello que deseo y no consigo poner en acción ni palabras.

Treinta y siete pasos: diez desde mi puerta, veinte escalones que descienden, invitantes, hasta tu piso, y siete pasos finales; el timbre que toco con la intención de decirte lo que hace semanas me tiene en vilo: que, por favor, bajes el volumen del televisor, tan alto, de sol a sol, que no me deja trabajar ni dormir.

Pero vos no hablás español, y yo no hablo polaco.

Treinta y siete pasos y la infranqueable barrera idiomática.

Dana Martínez

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