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Avistamiento

Cuando menos lo espero, los recuerdos de algunos buenos y malos momentos, me pasan factura. Siempre hay personas en esos recuerdos, ellas danzan en mi cerebro: es una danza rítmica, dinámica y yo, no puedo seguir el ritmo. Se aparecen cuando me acabo de levantar y estoy revolviendo el café, con cara somnolienta y dando pasos lentos. A veces siento que entorpezco todo lo que se me cruza. Mis mañanas transcurren, más bien, al ritmo de una balada enfermiza, de mal gusto  y lenta que me mutila poco a poco.  

 

Sin embargo, ahora es de noche y estoy en mi cuarto en estado de vigilia, atenta; frente a la pantalla, tecleando rápido en el block de notas, deseando estar apagada, sin proyecciones, sin esas figuras que permanecen.

 

Esta vez tengo que hacer algo y no hay excusas, me temo que llevará su tiempo, pero lograré que esas siluetas dejen de danzar en mi cerebro. Es muy molesto, y más a la mañana cuando no puedo procesar de manera clara mis ideas. 

 

Quiero intentar plasmar con claridad y que no se me pase ningún detalle, porque lo más impactante son los rostros: siempre aparecen de una manera indefinida, como si fuese un sueño, de esos que no se pueden describir de manera absoluta, a veces los rasgos se fusionan: ojos muy redondos y marrones; puedo vislumbrar que son jóvenes: lucen bien lúcidos, y tienen sus pupilas dilatadas, se dilatan cada vez más. Su mirada es tosca, ruda como un típico hombre que presume virilidad y no transmite nada.

 

Intento pensar en otra cosa, y en este momento, miro mis manos y noto que casi no se distinguen las uñas de la piel, son una unidad, una misma cosa. Pretendo convencerme de que todo lo anterior es producto de mi imaginación porque no me gusta lo híbrido, así como tampoco, disfruto de las visitas sin previo aviso.

Candela

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