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Diario de un hombre rebanado en pedazos (fragmento)

Cuando llamaron a la puerta la vi a Ella. Iba con un paraguas a pesar de que no estaba lloviendo. Llevaba una gabardina azul. Y con el gorro de lana lucía encantadora. Me enseñó una sonrisa blanquísima que resaltaba en la oscuridad de las altas horas. Me abrazó. Cada vez que nos vemos nos saludamos con efusivo abrazo, un abrazo que siempre lo sentí con miles de partículas sexuales y amorosas comprimidas. Hubiera preferido un beso efusivo, abrasador de labios, pero los abrazos tienen lo suyo, no me quejo.

─Perdón por venir sin avisar, pero vine por algo que dejé olvidado. ¿Puedo?─ me dijo con ese tono inocente con el que se desenvolvía.

Hasta   las peores tragedias y aberraciones salidas de su boca ─oh, Dios, su boca─, sonaban dulces. Podía llegar y decirme, por ejemplo, que se había metido en una secta y matado a una familia entera solamente por diversión y yo caería rendido a sus pies, ofreciéndome a limpiar la escena del crimen sin hacer preguntas.

La veía moverse con soltura por el interior de la casa. Primero se metió en el baño, parecía buscar algo, luego miró por el sillón del comedor, y nada. Fue hacia la cocina. La miraba moverse inquieta, me pareció incluso que mientras buscaba hablaba bajito, como para consigo. Hasta que se metió en el cuarto.

─Es todo un caos─ me excusé.

─No importa, siempre está igual─ me dijo y sonrió otra vez.

Ahora buscaba por la cama, movía delicadamente las sábanas. Pensaba que no había vuelto a tender la cama desde su última visita, quería que su olor quedara anidado hasta que regresara y ya habían pasado quizás diez días, mínimo. Vio un buzo suyo sobre la mesa de luz. Lo levantó y ahí estaba y le brillaron los ojitos, parecía un niño encontrando un cofre lleno de chocolates.

─¡Esto es mío! Me lo llevo─ dijo y tomó un sutién que no recordaba que se había olvidado. Sí recordaba el momento en que se lo había quitado desde la cama. Y recuerdo que me había sorprendido porque Ella no era de usar sutienes, se sentía menos libre me pareció haberla escuchado alguna vez.

Me dio un beso apasionado y se largó sacudiendo el sutién desde la puerta de la calle hasta perderse definitivamente de mi vista.

Eduardo Aguirre

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