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El tunecino

Después de cenar ya tengo una rutina armada: hago un té y pongo la transmisión en vivo de natación, que va justo en ese horario. Engancho la final de 400 metros estilo libre hombres, o como ponen en estos juegos olímpicos, varonil. Transmisión mejicana, que es muy interesante porque siempre tienen un especialista en el deporte específico que están transmitiendo. Suele ser un deportista o exdeportista de esa disciplina. La apreciación parece obvia y de sentido común, pero en mi país escasea. Los mismos mal llamados periodistas deportivos, en realidad son comentaristas de fútbol con las peores calificaciones de la clase que monopolizan  todos los deportes en este tipo de certámenes. Recuerdo cuando un consagrado periodista de nuestro país relató una carrera de 400 metros de atletismo y confundió a nuestro corredor con el de otro país, y festejó el triunfo, hasta que alguien le avisó que el nuestro ni siquiera había entrado en la transmisión por lo lento que venía. En estos juegos, por suerte, tengo la posibilidad de no poner a estos falsos intelectuales del deporte.

Van entrando los nadadores a la final. Siempre me sorprende la torpeza que tienen para desplazarse. Debe ser que están tantas horas por día en el agua, que ya su medio natural dejó de serlo y adquirieron hábitos acuáticos que le son contraproducentes para su movilidad en tierra. 

Para los que no entienden mucho cómo se distribuyen los nadadores en una final, lo explico rápidamente. Compiten los mejores 8 que salen de dos carreras clasificatorias anteriores. Y según el tiempo que realizaron, se ordenan de la siguiente manera: los que fueron más rápidos van en los carriles del centro, que serian el 4 y 5; los tiempos que le siguen van al 3 y 6, los siguientes en el 2 y 7 y para terminar los peores tiempos ,en el 1 y 8. Esto es así porque cuanto más alejados del centro naden, más olas van a recibir de sus otros competidores. O sea, se beneficia a los que ya tienen más posibilidades de ganar, otorgándoles los mejores carriles. En definitiva es como la vida misma: a los que tienen más posibilidades se le dan las mejores oportunidades, aumentando exponencialmente las chances de éxito y las diferencias con los que vienen atrás.

La cuestión es que fueron entrando los deportistas para ubicarse en su carril de salida. Los periodistas y comentaristas pronosticaban posibles ganadores: que Estados Unidos,  que Australia, ojo con Rusia y bla bla bla. Mientras, rellenaban la espera comparando tiempos y galardones de cada una de las potencias. Solo un momento antes de comenzar la competencia, uno de los comentaristas, muy atento, dice: “y también hay un tunecino”. 

Comienza la carrera. Las cámaras toman básicamente del carril 2 al 7, porque en los de las puntas se les monta con la publicidad, así que además de estar desfavorecidos en la competencia, tampoco son tomados en la mayoría de planos para la televisión.

Pasando la mitad de la carrera, el tunecino desconocido y visto muy poco entre las publicidades, se pone en punta sorprendiendo a todos, obligando al director de cámara a abrir la toma. A los comentaristas les pareció un acto simpático y heroico, pero no iba a aguantar hasta la meta porque estaban los campeones asegurados en los carriles del centro. Lo que no entendieron fue que se trataba de un verdadero acto de rebeldía, aferrado en general a una historia que lo sustenta y potencia. No solo que iba a aguantar, sino que ya no iba a soltar el primer lugar en lo que quedaba de carrera. Contra todos y todo, el tunecino en el peor lugar de la piscina les hizo morder el polvo a los favoritos, a los mejores nadadores que avanzaban en los mejores carriles.

Nunca me voy a olvidar de sus festejos, sentidos y cargados de emoción, cuando al llegar miró la pantalla de resultados sin saber cómo había terminado y su nombre figuraba en el primer lugar. 

Ahmed Hafnaoui venció a los gigantes. 

Hoy brindo por eso. ¡Salú!

Gerardo Martínez

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