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Dos personajes más

─Pino, ya tengo las entradas.

─Buenísimo.

─Pasá por casa a las ocho y nos vamos derecho al cine.

─Dale, gol.

 

Así arrancamos el viernes, toda la preparación y expectativa de dos pibes de barrio por ir a ver una película uruguaya, en mi caso la primera que iba a ver al cine y por ahí era mi primer película como adulto, como persona que saca su propia entrada y arma un plan de salida.

En este caso todo giraba en torno a 25 Watts, pelicula en blanco y negro, uruguaya, con un presupuesto de 200 mil dólares, opera prima de Pablo Estol y Juan Pablo Rebella, y con un monton de gurices que a la postre terminarian gozando de fama y reconocimiento que en ese momento no tenian.

 

Un 2001 cargado de estrenos taquilleros, de megaproducciones como Harry Potter, El señor de los anillos, Una mente brillante, Shrek, Amélie, Moling Rouge, entre otras. Nosotros, contra todo pronóstico, elegimos la uruguayez y sacamos dos entradas para una película que no decía mucho y prometía menos. Una historia cotidiana de tres amigos en un barrio montevideano en el transcurso de 24 horas. Más o menos esa era la descripción de venta, o sea, invendible. Menos glamour no podia tener, afiche en blanco y negro con tres gurices sentados en un muro. Pero el Pino y yo encontrábamos algo… Algo que nos llamaba, algo que ahí estaba para nosotros.

Hoy puedo decir que no nos equivocamos. Veinte años después no me puedo olvidar de frases como “abran la cabeza burgueses” o “marmota chico”, imágenes de extrema cotidianeidad de tres muchachos de barrio pasando el tiempo, chocando entre sueños y realidad, abrazados a la mediocridad pero sin perder la dignidad.

Ese día sentí que éramos dos personajes más de 25 watts que íbamos a ver 25 watts. Era tal cual como nos sentíamos. Yo recuerdo vivir cada imagen, cada momento, cada frase como si fuera mía. Tengo la sensación todavía en el cuerpo del goce, del disfrute, del placer y la emoción por una película que para la mayoría de mis amigos no pasaba nada.

 

El comienzo es un calco de aquellos 25 de diciembre en Villa Española, totalmente destruidos después del baile en la calle, encontrándonos en una esquina para enganchar la noche que se fue con la mañana más desolada, callada y vacía que podía haber. Buscando dónde comprar la última o rescatando algún bizcocho viejo de la panadería del barrio. Pero todo era de una tristeza, o mejor dicho, de una decadencia agónica que nunca entendí por qué lo hacíamos. 

Lo que sí puedo asegurar, es que aquellos gurices del Villa que fuimos entonces, al igual que en 25 watts, la vivimos en blanco y negro.

El color llegó mucho después.

Gerardo Martínez

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