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MIGUITAS DE PAN

(A María)

 

No sé por qué desperté pensando que podría morirme.  Sé que no me voy a morir, pero si  muriera ahora, ya mismo, aquí  en este territorio de algunos centímetros cuadrados donde escribo, a la vista quedaría mi medio blíster de  antialérgicos, mi  tapabocas negro y a sólo una pulgada de él (sobre mi cuaderno anaranjado) cuarta botella de vino. Al lado de esta botella  el estuche de mis lentes, apenas un poco más aquí restos de tostadas, una taza con borra de café, una bolsita de nylon y el inhalador. Quedaría este monitor viejo sobre una torre más vieja todavía.  También mi billetera y el canastito que me regalaste donde guardo  llaves y monedas.

 

Tranquila, es sólo un juego, no voy a morir, pero si muriera ahora aquí, ya mismo, estas cosas se quedarían quietas durante largo tiempo, heredarían algo de mi muerte o morirían un poco también.  Nombro solamente las cosas que puedo tocar ahora sin necesidad de extender el brazo: mi aparatito de audio y el libro de Whitman que casualmente quedó sobre él desde anoche; y las miguitas de pan en mi teclado,  este enchufe, estos inciensos, este frasquito,  esta Bic, esta cortina, esta tuna en la maceta. Este espacio que alguna vez fue tuyo también, la cama demediada y mi segundo par de  zapatos debajo, ese cajón de feria que es mesa de luz, esa grieta al lado de la ventana, la ventana misma; estas cosas pequeñitas que no llegan siquiera a ser entes y tienen algo de fantasmas  o de duendes. A veces te extraño tanto.

 

Tampoco sé por qué me desperté recordando la libretita artesanal que dejé en tu casa de Barcelona, desperté llorando esa libretita donde habías dibujado una caricatura de mi cara. Tras ella irrumpen en esta evocación los miles de objetos de tu casa en Barcelona, la que le tenía horror al vacío y  por eso  estaba abarrotada de cualquiercosarios. Tu cocina también barroca y tus aceites de oliva, tus vinagres, tu laurel y tu tomillo, tus sacacorchos, tus corchos y tus cuchillos, tus ajíes, tu jarrita de la leche, tu aparatito de moler café, tu nuez, tu chia, tu cilantro, tu romero, todos tus frascos y todos tus delantales, tus paneras y tus panes. Todas tus mañanas y tus desayunos, tu bicicleta naranja, tu manojo de llaves, tu espacio que alguna vez fue mío también.  Tus aretes, el piercing de tu labio inferior, tu jean celeste.

 

Entre tu mundo  y el mío las montañas, los aviones, Montserrat, las curvas cerradas, las frutas venenosas, los hoteles, las monjas de clausura; entre tu cuerpo y el mío todas las panaderías y todas las fronteras, los pasaportes, las mochilas, el metro, los desprendimientos de roca, las rocas mismas.

 

Entre mi medio blíster y tus delantales, entre la noche que falleciste y la mañana en que amanecí llorando, entre mis frasquitos y los tuyos, entre mi botella de vino y tu manojo de llaves, entre las miguitas de pan y tu bicicleta naranja  nosotros también nos iremos quedando. Ellas, nuestras pequeñas cosas, nos han incluido en su inventario.

Walter Ferreira

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