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Camino

La despertó ese dolor frío y compacto en la nuca. Ese como de aguja esterilizada pasando lenta y metódicamente por carne cruda. 

 Seguía sin acostumbrarse a los violentos espasmos. Una vez pudo respirar con normalidad, juntó las energías para dirigirle una mirada de odio a La Bestia.

 Tirada en la esquina, con la cabeza y el cuerpo apoyados sobre el piso de concreto, la pequeña criatura blanca la miraba, escuálida y frágil, sin parpadear. 

 Qué asco.

 Los pensamientos de ella eran casi tan crueles como las demandas de La Bestia, demandas escandalosas que algún día la dejarían sola y pobre, igual de fea que La Bestia. 

 Pero no tenía tiempo para pensar, había que seguir avanzando o a este paso no iban a llegar nunca a La Casa.

 Sacudió un poco a la cosa blanca con el pie, para asegurase de que siguiera viva. Emitió uno de esos quejidos quisquillosos que a ella  la enloquecían. Otra demanda. 

 La levantó en sus brazos y la envolvió con remeras viejas. Después se la ató a la espalda, salió de la habitación y empezó a caminar de nuevo por el camino arenoso. La bestia no era muy pesada, pero igual la enlentecía. A veces fantaseaba con dejarla. Dejar a La Bestia en alguna otra esquina con piso de concreto. Tal vez alguien la encontraría y la amaría como ella nunca sería capaz. Tal vez alguien la alimentaría y le hablaría; se entregaría en piel y sangre a sus demandas. 

 O tal vez moriría de hambre y frío.

  Si ella la abandonara no sería su problema lo que pasara con La Bestia. No la escucharía nunca más, sus dedos deformes no se aferrarían a los suyos otra vez. Sería libre y el dolor frío se iría. Pero La Bestia seguía atada a su espalda, así que eso seguía siendo fantasía y una fantasía es una mentira. Lo único real,  por lo tanto lo único verdadero, era el camino arenoso.  Una línea descolorida que se perdía en el horizonte. Después del horizonte estaba La Casa, o al menos  esa era su teoría. 

 No se veía gente muy seguido en el camino arenoso, así que cuando vio a un hombre envuelto en telas sucias, sentado y encorvado sobre un caballo gordo y viejo que avanzaba lento mirando al frente, se le acercó a hablarle. A confirmar su teoría.

─¿Sabe si al final de este camino está La Casa?

─En este camino no hay nada.

─Yo no pregunto lo que hay en este camino, pregunto lo que hay al final.

─En este camino no hay nada, mujer, tampoco hay final.

─Claro que hay final, tiene que haber final porque fuera de este camino hay cosas, si el camino no tuviera final, no habría nada excepto este camino.

─Todo lo que no está en este camino está fuera de él, si quiere llegar a esas cosas, salga del camino.

─Pero usted dijo que no tiene final.

La miró por un rato, en silencio, con  ojos desviados.

─Dele algo de comer a esa criatura que lleva en la espalda, por favor. 

Se dio la vuelta y se alejó cabalgando.

 Ella se quedó un rato parada, sin avanzar, con la garganta hecha nudo. Ya era tarde, había que buscar un lugar para descansar. Se echó al costado del camino, acomodó a La Bestia a su lado.

 Cerró los ojos y esperó a que el dolor la volviera a despertar.

Lia Ferreira

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