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No sé dónde están  Rafa, Sara y el Oso,  los perdí de vista y eso me genera cierto horror. Paro de correr y los busco girando sobre mí mismo mientras los compañeros que huyen chocan con mi cuerpo y me arengan a seguir. Acá están por suerte los encuentro, nosotros también te estábamos buscando. El Oso que es grandote  me agarra fuerte y volvemos a correr, hacia la Calle Cufré dice Rafa, ahí debe haber una salida. La Policía Montada de Coraceros avanza por sobre la gente rezagada golpeándolos con sus sables; obligan a los caballos a levantar sus patas para luego resquebrajar con violencia los cuerpos de quienes se han caído. Más atrás, hordas de policías de azul golpean a todo el que encuentran a su paso, gritan, insultan, casi siempre hay cuatro o cinco policías masacrando a alguien caído. Cada vez que puedo, me meto a separar o empujar a los milicos para que la persona pueda seguir corriendo, siempre Rafa y Sara están atrás mío, protegiéndome, tironeándome,  aunque yo soy el más fuerte de los tres. El Oso putea, patea, tira piedras, se enloquece. Estamos en 1994 y la represión en las manifestaciones es bastante corriente, pero esta vez hay algo que huele muy mal; un compañero cae con un balazo en el cuello; le disparó un policía desde una patrulla en movimiento, corrimos a atenderlo aún sin comprender nada, esto nunca nos había pasado, andá, pedí que te dejen entrar al bar que está sobre General Flores y llamá a una ambulancia, alguien corre hacia el bar que tiene las puertas cerradas, nosotros damos vueltas sobre un mismo lugar sin saber qué hacer, vemos cómo se acercan  nuevas patrullas y estamos oyendo el crack inconfundible de más disparos. No sabemos de dónde salen tantos policías, están por todas partes y tienen perros también. Muertos de miedo pero haciéndonos fuertes entre todos generamos un muro alrededor del cuerpo del caído, seremos veinte entre hombres y mujeres que hemos decidido no movernos hasta que no llegue una ambulancia. Vienen dos miliquitos y comienzan a pegarnos, pero somos más y estamos enfurecidos, uno de nosotros logra sacarle el garrote a uno de ellos y una multitud se reúne a pegarles; por eso comienzan a llegar los coraceros a caballo acompañados de más policías, la golpiza se torna insoportable, por más que intentamos resistir somos aplastados literalmente, estoy en el piso cubriéndome la cabeza con las manos, un oficial intenta esposarme pero logro escurrirme. Entre los cascos de los animales veo cómo cuatro policías arrastran a Sara esposada y se la llevan junto a otros en la parte de atrás de una camioneta abierta.  No veo a Rafa ni al Oso, corro sin dirección, somos muchos corriendo. Cada vez que llegamos al final de una calle está bloqueada por más tanquetas y policías armados, es evidente que estamos en una emboscada, pienso en Sara todo el tiempo, mi asma está desbocada y el inhalador no surte efecto, algunos compañeros están intentando organizar cierta resistencia, hay que romper baldosas y responder. Ya no se sabe de dónde viene la represión y no hay lugar por dónde salir. No sé cuánto rato pasó desde que perdí a mis amigos. Están dejando entrar ambulancias, han llegado decenas y algunos lugares se han vuelto hospitales de campaña improvisados.  Hace rato que tengo un trozo de baldosa en mi mano sin saber qué hacer con ella. Siento un golpe en mi espalda,  imagino que es una pedrada de algún compa con mala puntería, miro hacia atrás y vienen más patrullas. Corro hasta que no puedo más y me dejo caer. Una desconocida se me acerca,  me abraza y comienza a gritar ¡herido, herido! Entre varias personas me llevan hacia la zona de ambulancias  tomándome de manos y  piernas.

 

Intento tranquilizarlos, sólo estoy agotado, sufro de asma  ¿me pasan el inhalador que tengo en la mochila? Me dan vuelta boca abajo, me sacan la remera e intentan detener una hemorragia de la que  no me había dado cuenta. Apoyo mi mano en el asfalto y siento mi sangre tibia.

 

Ahora todo parece calmarse aunque el sonido de los motores, los gritos y los chasquidos sigue siendo horrible. No puedo dejar de pensar en Sara y en Rafa. Vine hasta la manifestación por ellos en realidad. Siempre los sigo a todas partes intentando de que no se den cuenta, los admiro tanto. Creo que al Oso le pasa algo parecido, pero él los conoce desde mucho tiempo atrás. Creo que el Oso está enamorado de Sara, me he dado cuenta. Posiblemente yo también. Todos amamos a Sara. Rafa  también, claro, pero él es su marido. Y todos me quieren a mí, siento sus amores todo el tiempo, aunque me siga sintiendo bastante pequeño a su lado, yo tan el muchachito llegado del interior, ellos tan hermosos, tan intelectuales, tan militantes, cantan  bien,  tocan la guitarra y pueden explicar el materialismo dialéctico.

 

Un enfermero me atiende mientras insulta a los policías. Herida de bala, otro herido de bala, hay que llevarlo ahora mismo. Me cuesta darme cuenta de que hablan de mí. No siento miedo, de alguna forma sé que voy a sobrevivir. Me dejo llevar por cierta paz, relajo mi cuerpo, dejo que las manos de los enfermeros trabajen tranquilas. Seguramente me inyectaron algún relajante, pues siento mucho sueño y sueño que corro todavía.

 

Sé que mañana me voy a despertar y que estaré triste. Y que tal vez quede triste para siempre.

Walter Ferreira

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