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Barrenando tiempos

Se tiró antes, no la agarró, postura incorrecta, tenía que tomar la siguiente, así no te va a llevar. Son algunas de las cosas que pienso mientras miro a los bañistas intentando barrenar olas en la playa. Antes de que el lector me juzgue por presunto chusma, o por tener inclinaciones voyeuristas, quiero aclarar que soy guardavidas y que mi tarea principal es mirar a las personas que están en el agua y velar por su seguridad. Pero también debo  agregar que soy un profesional en el arte de barrenar olas a pelo. Como para dejar bien claro este asunto, lo quiero resumir de esta manera: si me preguntan qué es lo mejor que sé hacer, mi respuesta desde que tengo 10 años es la misma: “barrenar olas”. No tengo dudas, no hay manera de que esboce otra respuesta porque sería mentir. Desde aquel día no tuve oponente que pudiera vencerme. El dominio que adquirí en este pseudo deporte con mis prácticas frecuentes y el asesoramiento oportuno, me permite decir con tranquilidad que soy un experto en la materia. Porque no es cualquier cosa barrenar una ola, hay que saber cuál elegir, acompañar el movimiento, deducir su dirección, su fuerza, para finalmente lanzarse en el momento exacto. No hay margen de error, si no se ejecuta con la presión de un relojero, la tirada será un fracaso.

Todo este legado se lo debo a mi padre, que por aquellas tardes interminables de olas perfectas en Cuchilla Alta me enseñó todos los secretos para barrenar a la perfección. Es verdad que antes de esto ya venía con mis prácticas autodidactas con una efectividad relativamente baja. Pero la cosa tomó otro rumbo ese verano en la playita del club. Su ola era perfecta en tamaño y  fuerza, rompiendo suave y parejo, pero con la peculiaridad de que corría paralelo a la orilla, por lo cual su trayectoria era muy larga y no terminabas raspándote la panza contra la arena, o encallando en la orilla como una ballena. 

Una tarde en particular mi padre me dijo “vení, vamos a darnos un chapuzón”. Sin dudarlo, dejé lo que estaba haciendo y me pegué a su lado. Mi hermano era muy chico y mi hermana estaba siempre en mil actividades distintas y pocas veces se sabía donde andaba. Así que esa entrada al agua era para nosotros dos, y como yo sabía nadar, muchas veces nos metíamos bien adentro. Recuerdo que en un momento veo venir una ola muy grande y para mi sorpresa, mi padre, en vez de zambullirse y pasar por abajo, se tira delante de ella y se va a gran velocidad muy lejos. Maravillado con lo sucedido, intento copiar la proeza con la ola siguiente y sufro mi primera sacudida furiosa del mar, como si me estuviera avisando que lo estaba haciendo mal, dejando claro quién mandaba y que la cosa no era soplar y hacer botellas. “¡Así no!”, me grita mi padre entre risas, mientras yo me acomodaba como podía el short. En una especie de tutorial de Youtube, me explica y me muestra cómo elegir la ola correcta. Mi siguiente intento fue más digno, porque no quedé en bolas, pero mi recorrido fue muy corto. Cuando me levanto, un poco más orgulloso de mi mejora, siento un chiflido y veo que me estaba mostrando la posición correcta del cuerpo mientras sonreía tirándome una guiñada. Voy decidido por mi tercer intento, porque si hay algo que me caracteriza desde siempre, es la perseverancia, aplicando todo lo recién aprendido y mi experiencia acumulada de las dos olas anteriores me tiro sin pensarlo. Y fue ahí que sucedió. Sentí por primera vez cómo la ola me envolvía, me sujetaba y me llevaba dentro de ella, premiando al buen alumno y regalándome un viaje inolvidable. Extasiado de felicidad y con la adrenalina punzando, miro para atrás y veo a mi padre a lo lejos con los brazos levantados, festejando, lo que considero hoy como mi primera barrenada, mi bautismo.

El éxito de la tirada indicaba que mis clases habían terminado. Dejamos la relación docente-alumno para pasar al siguiente nivel, la competencia. Sin dudarlo y con la confianza desproporcionada de un principiante, comenzamos un duelo feroz de barrenada de olas que se extendió durante todo el verano. El reglamento era simple: cuando venían las olas, nos avisábamos en cuál teníamos que tirarnos; los dos viajábamos al mismo tiempo en la misma ola y comparábamos quien llegaba más lejos. Parece sencillo, pero muchas tiradas terminaban inconclusas, desembocando en acaloradas discusiones por definir al supuesto ganador. Ese verano en particular barrenamos miles de olas juntos, y a base de práctica, sumado a las pequeñas correcciones que me hacía mi experimentado rival, pude pulir mi técnica y llevar mis barrenadas a otro nivel. 

Con el tiempo mi confianza fue creciendo al notar que podía vencer a mis amigos, primos e incluso a algún bañista atrevido que, al verme barrenar, atinaba ingenuamente a medirse conmigo, pero siempre salían derrotados. Una vez me mojaron la oreja con que había un gran campeón que era invencible en el balneario de al lado. Sin dudarlo, tomé mis chancletas, la bicicleta y fui de visitante a su playa, a sus olas, frente a sus admiradores, a demostrarle quién era el decano por aquellos lados.

Tengo claro que una parte de mi presente se forjó en aquel verano de olas perfectas y clases magistrales, donde barrenar se transformó en mi pasión. Pero no fue lo único: aquel día aprendí a leer el mar, a sentirlo, a escucharlo y respetarlo, pero también a pelearlo. Aquel día sellamos un pacto entre mi padre, el mar y yo, aquel día encontramos un lugar donde éramos buenos los dos, aquel día fortalecimos nuestro vínculo afectivo, aquel día fue uno de esos días que llevo todos los días en mi bolsillo.

Hoy soy guardavidas de una parcela de agua similar a la que disfrutaba en aquellos tiempos, y cada tanto, cuando la playa se queda sola y me invita, vuelvo a meterme a barrenar sus olas, enredándonos en recuerdos, conversando nuestros asuntos, revolviendo nuestras emociones. Pero el verdadero interés en cada tirada es acercarme a aquellos días, a esas tardes, a aquel verano. En cada ola puedo sentirlo barrenando conmigo, el grito de “¡vamos en esta!”, escuchar su voz peculiar discutiendo quién ganó la tirada, risas cómplices, y al mirar atrás siempre puedo verlo festejando mi primera conquista. Hoy barreno para acercar aquel pasado con mi presente, para acercar todas aquellas vivencias que construyeron mi historia contigo, para que en cada ola se acorte un poco más la distancia y el tiempo.

En definitiva, busco la ola perfecta que me acerque a tu lado.

Gerardo Martínez

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