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Ver peor es sentir mejor

Pablo Pulp Olivera

¿Sólo a mí me da cierto escozor la imagen de los jugadores en el túnel a punto de entrar a la cancha? Desconozco cuál es el método empleado, pero los movimientos se ven súper irreales. Pareciera que cuanto mejores son las cámaras, menos realista es la imagen. Los movimientos de los protagonistas, lejos de identificarlos como futbolistas, ocurren en pantalla como si estuviéramos viendo sus avatares virtuales, es decir, representaciones digitales de ellos mismos. Sí, sí, ya sé que cuando miro la tele no estoy viendo a los jugadores, sino su imagen, pero me perturba que lejos de evocar lo que pueda sentir el futbolista que está a punto de protagonizar la mayor contienda del fútbol mundial, parezca un personaje de videojuegos de consolas de última generación, como el Play Station o la XBox. En definitiva, esta imagen videojueguil, es un enfriamiento de algo que debería hacerme latir como ese capitán de corazón ansioso de gloria que quiere salir ya a la cancha.

Y esto no solo se limita al túnel. Todo el ingreso, el canto de los himnos, el saludo, la cámara puesta en un drone que da toda la vuelta a la cancha para luego hacer un pequeño zoom in, no hacen más que emular las instancias previas al pitazo inicial del referee digital del FIFA Soccer del corriente año, la Pro Evolution o quién sabe cuál otro videojuego. Desde un par de mundiales hasta la fecha, el fútbol quiere verse como a través de la consola y no al revés. Hasta las reiteraciones de los festejos y los lamentos de los hinchas en las gradas son mostrados en cámara lenta y desde los mismos ángulos que en los videojuegos. Y esto, debo decirlo, es completamente innecesario.

No es que uno sea un hater anti-tecnología. Ojalá pudiera ver el barrilete cósmico de Maradona en el 86 desde todas las perspectivas que hoy se nos ofrecen, pero hay que tener consciencia de que, en cierto aspecto que a continuación voy a explicar, la precariedad de la filmación, lejos de alejarnos de la realidad, tiene la capacidad de otorgar una experiencia que representa las pulsiones que están en juego en una contienda de alta intensidad.

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En 1961, el cineasta William Friedkin dirigió la película Contacto en Francia. Por entonces, los realizadores del nuevo Hollywood, siguiendo las huellas del nuevo cine francés, optaron por emplear métodos que desacartonaran la imagen cinematográfica, porque aquello que querían mostrar tenía más que ver con lo que pasaba por entonces en las calles que con las antiguas producciones de los grandes estudios. Para dar mayor frenesí a su policial, Friedkin contrató al camarógrafo Ricky Bravo, nacido en Cuba, quien había filmado la revolución cubana desde el campo de batalla. Esto le dio una intrepidez fuera de serie a la hora de registrar con su cámara, lo que le llevó a conseguir trabajo como cameraman una vez que migró hacia Hollywood. Bravo recibió del director la orden de filmar una persecución en la que dos policías perseguían por un bar a un supuesto dealer, al que luego correrían por la calle durante varias cuadras. Ricky Bravo le pidió lineamientos a Friedkin sobre cómo debía seguir la acción y desde dónde a dónde iban a correr. El director, que ganaría cinco Oscar por esa película, y que dos años después haría El exorcista, fue tajante con él: “Seguilos. ¿Acaso alguien te decía qué hacer cuando filmabas entre las balas en La Habana?”. El resultado de la improvisación de Bravo otorga una inmersión sin igual en la acción. La cámara se mueve, tiembla, late, duda. Nos hace sentir que estamos ahí, en medio de la persecución, sudando, jadeando y, por momentos, desorientándonos.

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Más allá de los beneficios de las tecnologías, ¿no estaría bueno probar (quizá en una transmisión alternativa) poner Rickys Bravos a filmar con cámara en mano en el túnel, o pegados al banderín del córner, o mandarlos a correr entre los jugadores croatas enloquecidos que acaban de llegar a semifinales dejando afuera a Brasil? ¿No es tiempo de alejarnos un poco de la Play Station y de la saga Avatar para combinar técnicas a lo Sin aliento o Ciudad de Dios? Porque no debemos olvidar que lo que vemos no es fútbol en estado transparente, sino el producto de un espectáculo televisivo. Se me ocurriría probar, en procura de una transmisión más fidedigna de las intensidades mundialistas, ciertas técnicas primitivas para acercarnos mejor a esa lucha atávica de once jugadores que buscan ganarle a los otros once, para poder seguir en su marcha hasta lo más alto del podio.

A veces, una “peor calidad” de imagen nos da la posibilidad de sentir mejor lo que sucede dentro de la cancha.

Ver peor es sentir mejor
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