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Una camiseta debajo de otra

Pablo Pulp Olivera

Suiza y Camerún están 0 a 0 en el partido que disputan por la primera fecha del grupo G del Mundial Qatar 22. Van menos de cinco del segundo tiempo y la selección africana ya tuvo problemas en un par de intentos ofensivos suizos, por más que el arquero helvético Yann Sommer fue figura en los primeros 45 minutos. Llega un desborde del referente Shaqiri, que un año antes comandó el batacazo de la Euro, eliminando en octavos de final a la campeona del mundo Francia. El pase de Shaqiri es lateral y va directo al área chica. La pelota se desplaza con algo de lentitud. Para sorpresa del público y del propio delantero, el número 7 de Suiza recibe solo. Tiene el arco casi libre y sería más difícil errar que hacer el gol, por más que cada tanto suceden ciertas situaciones conocidas como bloopers. Pero esto es un Mundial y el jugador es titular en  uno de los clubes grandes de la liga francesa. Por ello, sin pensar, sin tener ese instante para reflexionar en nada, hace lo que tiene que hacer, para lo que está ahí, para terminar lo que Shaqiri acaba de iniciar. Entonces, Abre su pie derecho y la empuja. Gol. Camerún 1 Suiza 0. Minuto 3 del segundo tiempo. El destino se impone con todo su peso, que lejos de recaer en los jugadores de Camerún, lo hace en quien acaba de anotar.

El número 7 de la selección Suiza cierra sus ojos. Por un instante todo es confusión. A la emoción del gol, se le suma el rostro de Beer Embolo, de clara raíz afro con apellido africano. Y ahí es cuando sus compañeros lo abrazan, felices, pero claramente el número 7, más que feliz está triste, o más que triste, contrariado.

Beer Embolo nació en Yaundé, capital de Camerún el 14 de febrero de 1997. En su infancia, migró junto a su madre y hermanos a Suiza. Ya a los 13 años jugaba en divisiones inferiores del Basel, donde en 2013 fue reconocido como el mejor jugador sub 16 de la temporada. Doce años después juega este, su primer partido en una Copa del Mundo.

Es injusto que las selecciones europeas estén dotadas de jugadores africanos, cuando las selecciones de sus países de origen tienen escasas chances de llegar a un mundial o de poder competir con una ilusión fundada de ganarlo. Pero esa injusticia es mucho más profunda. Como es obvio, tiene sus raíces en el plano político y social, y la vieja Europa es una de las grandes responsables de los problemas del continente africano. Esto lleva a que muchas familias migren desde territorios que fueron colonias de potencias europeas hacia ese continente en busca de una oportunidad como la que tuvo la familia de Embolo.

Como decía, el destino, una especie de Dios que a veces pone a las personas en situaciones que uno puede interpretar como milagros de la casualidad, quiso que el sorteo deparara que Suiza y Camerún ─las tierras de Emboló─ tuvieran que enfrentarse en la primera fecha. Este destino puso a prueba al futbolista nacido en Camerún. ¿A quién sería fiel, a su patria de origen, o a la de destino? No tuvo la oportunidad de elegir. El destino manejó el joystick de la causalidad y apretó el botón de pase cuando la tenía Shaqiri. La pelota fue al medio y Embolo cumplió con los dos mandamientos que él mismo se había impuesto: Hizo el gol, es decir, es un profesional con todas las letras, y no lo festejó, lo que se traduce como que su corazón late al compás de los tambores ancestrales.

El mundial podrá ser fútbol de élite, con futbolistas-mercancía que son los actores de un espectáculo organizado por una federación corrupta, pero así y todo, cuando uno raspa la camiseta de ciertos jugadores, como la de Beer Embolo, debajo encuentra un corazón que late y una piel que tira.

Una camiseta debajo de otra
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