
La noche estrellada
Vincent Van Gogh
Lo que soy
¿Qué es la noche para vos? preguntaste, y no supe qué decir. Porque ella es tanto que no es nada. Porque es calor y luciérnagas; mosquitos que zumban en la oreja, olor a espiral y canto de grillo. Tener pesadillas de arañas gigantes. Es mi hermana, pasándose a mi cama, después de ver Aliens el regreso. Es un colchón duro en Marindia, en la primavera de mi vida. Es quedarse viendo la señal de ajuste mientras todos duermen. Es guerra de gargajos con la banda de amigos. Pensamiento como mosquitos. El sueño húmedo (bochornoso) en una carpa de Piriápolis, a escasos cuarenta centímetros de mi madre, acabado. Es maratón de películas. Apagones sorpresivos y cortes de luz programados, debido a la sequía. Jugar al Family Game hasta que los ojos se partían. Es pensar en esta o aquella mina. Es ver cómo los demás se duermen antes y se despiertan después. Es no poder conciliar el sueño en la vigilia del 6 de enero. Es rendirle culto a Onán. Quedarme con amigos hasta las 4 AM, a la espera de esa peli, en el Cine Continuado de Canal 4, donde podríamos ver un par de tetas. Es la soledad doblando mi juventud. El llanto desesperado. Mi antena enviando un SOS, a la espera de que alguien, en una estrella distante, me comprenda, porque acá no hay nadie que lo haga. El miedo. Sus ojos. Los besos. Aquella primera vez, en que no se paró; la primera en que sí lo hizo, con ella, en un baño. La trasnoche de cocaína, sin darme cuenta de que eso grotesco, aquello en que los otros se convertían, era mi propio reflejo. Es la soledad y el miedo. La noche eterna del desvelo. Es la demolición de lo construido en la jornada anterior. El nacimiento de sueños y proyectos. La promesa de que el sol no traerá nada nuevo. El florecimiento del amor. Permanecer en vela para ver a Uruguay eliminado de Corea-Japón. Es la primera pitada en los albores del milenio. El recuerdo de la banda, tirándose libros por la cabeza (a oscuras), y el Verrugas, doblado sobre sí mismo, porque el libro Corazón, en edición de tapa dura, le dio de lleno en los huevos. Es el pasaje de la eyaculación precoz al polvo sin final. El salto de un día al siguiente. Una eternidad de noches sin sus días. Miel de romance. Querer que se calle de una vez. El deseo de mandarla a su hogar y no poder, porque son las 3 de la mañana y su casa queda al otro lado de la ciudad. Es fiestas en la Casa de la bola. Beber hasta que no haya más (o hasta caer). Que nos sorprenda el sol que acaba de salir. Cerrar las celosías para seguir y seguir. Acostarse temprano ─como le gusta al psiquiatra─. Elucubración de cama congelada. Lecho tibio. Lectura de Los detectives salvajes hasta que las velas terminan de arder. Escribir 29 palabras. Desenamorarse. Extrañar. Odiar. Amar, reír y soñar. Mi madre muerta, hablándome. Mi padre en una cama de hospital. Los Pulpos, mis amigos, rockeando cumbias a cuatro manos (escuchando la música desde adentro). Liceo nocturno. El potro del amor, desbocado en la pradera, cagando en la casa del vecino, destrozando las flores, mandándose cualquiera y haciéndome pagar las consecuencias de mi imprudencia. Galgos en la pista del galgódromo, luego convertidos en perros abandonados, que aúllan en la madrugada. Gatos que entran por la ventana y me despiertan… Es nada. Y lo es todo. Soy yo, reflejado en tu pupila, en este preciso momento, sin reconocerme, aún sabiendo que soy yo, solo que en otro lugar: en mi parte más extraña.