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TURBULENCIA

El aviso lo habían dado minutos antes, pero en el barullo y el nerviosismo de volver a casa, no retuve el mensaje. Se desarrollaba todo con tranquilidad y normalidad. Las personas ya se encontraban en sus lugares,  había pasado el momento engorroso de escuchar las normas de seguridad, con la actuación que estas incluyen. 

El servicio de abordo comenzó hacer su despliegue con las preguntas clásicas: ¿qué desea de beber, Sr/Sra ? Jugo de naranja, Coca Cola y café eran las opciones. Tocaba un sándwich, un bizcochito con forma de cilindro y un chocolatín.

Nosotros estábamos sentados en la fila 29, la penúltima, ubicados desde el asiento del pasillo al lado izquierdo y en los tres asientos de la derecha.

Mientras estaban llegando con el carrito cerca de nuestro encuentro, para recibir la preciada ingesta, el ave de hierro cosquillea, con ese movimiento inmediatamente dejan de servir la cena y se enciende la luz de utilizar el cinturón de seguridad.

 Piden que se mantengan cada uno en sus lugares, con el cinturón abrochado. Yo me encontraba en medio de mis dos hijas, muy tranquilo y por aprovechar el momento para dibujar un ratito. Ellas jugaban con la tecnología para pasar el rato. Mi compañera estaba muy nerviosa por el primer movimiento y el rápido despliegue del personal para retirar el servicio. En el momento en que me armé de valor, le dije: "va a estar todo bien, fue una turbulencia nada más ". En ese mismo instante sentimos un  fuerte movimiento. A mí me hizo volar el celular, las lapiceras y mi SketchBook ( y eso que ya estábamos volando). Pensé: LPM. Sentimos que caíamos unos metros, enseguida volvió a estabilizarse, pero seguía pasando baches de aire, el corazón en la boca. Segundos después, parece estabilizarse el vuelo. Mi cabeza comenzó a doler, sentía que me oprimía la nuca y los pies me estaban por estallar. Verónica, mi compañera, se descompuso emocionalmente. Yo no podía ayudarle mucho, pero mi hija mayor la contuvo. Las azafatas comenzaron a calmarla. Le ofrecieron una bolsa para respirar dentro, para no hiperventilar y evitar que  se descompense. La presión de bajar tan rápido se sintió. Había una señora unos asientos más adelante. Viajaba con hijos más pequeños y se tapó la cara con una almohada para llorar de miedo y que sus pequeños no la vieran. El miedo aparece. Es un sentimiento. Y en momentos de estrés es muy difícil controlarlo. Ahí es cuando la azafata nos recuerda aquel primer mensaje que nos habían advertido y no habíamos prestado atención:  "La primer hora de vuelo puede haber turbulencia".

Cuando volamos nos entregamos. No podemos hacer nada. Somos insignificantes y completamente dependientes de la tripulación y el enorme aparato mecánico creado para transportarnos velozmente, cruzar mares y continentes. 

Todas aquellas advertencias del uso del cinturón, las balsas, el chaleco y las puertas de emergencia, me parecen casi una broma.

Me hace sentir bien la sensación de volar, pero también sentir la  muerte da miedo. Sabés que dependés 100% de otras personas y no podés hacer nada para ayudar. Solo soltar y confiar. La azafata le recomendó a Vero: “está bien tener miedo, pero tratá de controlar el pensamiento”. Soltar y poder relajarse para poder viajar. 

Ella  aclaró que si la situación fuera de mucho peligro, avisaría. 

Espero nunca tener que vivirlo. 

Al ratito se apagó la luz que indica el uso del cinturón de seguridad. 

Llegó el carrito nuevamente. Pedí un café y un jugo de naranja. Saqué mi SketchBook y realicé éste dibujo.

En breve, el avión aterrizó y con Vero comenzamos aplaudir. Enseguida se sumó el resto de los pasajeros. La alegría de estar en tierra nuevamente. La alegría de la vida y de pasar por el miedo. Superar el miedo nos hace cada vez más fuertes. Por este motivo es que esperamos tres horas y nos volvimos a subir al pájaro de acero. 

El miedo a morir es nuestro mayor miedo. Pasar por lugares donde no podemos controlar el entorno nos hace sentir como pequeños bebés dentro de la panza de nuestra madre. Llegar a tierra es volver a nacer, pero con todo: las vivencias y valores humanos. Nacimos dos adultos y dos niñas, una familia y muchos más. Nos sentimos renovados por lo vivido. Vivir es eso, saber que algún día vamos a morir, pero creciendo en el camino, superando nuestros propios temores y aprendiendo de los otros, trascendiendo errores pasados y nutriéndonos de nuevas experiencias.

 La famosa artista mexicana Frida pintó una tajada de sandía y decía: "Viva la vida".

Martin Torija

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