
Simulacro de asalto
Volvía caminando para mi casa, acalorado y medio malhumorado, cargando una aspiradora que me había prestado un amigo. Iba pensando lo estúpido que era por no haber llevado un bolso o un carro o lo que sea para no cargar el electrodoméstico abajo del brazo; en definitiva, haciendo un ejercicio contrafáctico que únicamente servía para seguir maquinando por lo que no había hecho y ya no tenía solución.
Por la misma vereda, pero en sentido contrario, venía una anciana mirando para abajo, dando pasos cortitos ayudada por un bastón. La vereda por la que transitábamos era muy angosta, por lo cual en el momento de cruzarnos tomé la iniciativa de pasar de costado, pegado a la pared para darle más lugar a la octogenaria, en una especie de gesto de respeto y empatía. Pero en el momento que nos enfrentamos para el cruce, la anciana dulce de pasitos cortos transformó su bastón en arma y me lo puso en el pecho. Sorprendido por ese movimiento repentino y magistral, quedé contra la pared. Ella levantó la mirada y me dijo:
─¡Arriba las manos!
Haciendo caso a medias, levanté la única mano libre y, siguiendo el juego, puse mi mejor cara de susto.
─¿La aspiradora o la vida?─ dijo la anciana, que ya no era tan dulce.
Me reí como para salir del paso y seguir caminando, a lo que la anciana volvió a increparme.
─Tenés que elegir, ¿me das la aspiradora o tu vida?─ insistió con cara seria, mirada fija y arma en mi pecho.
Me di cuenta de que el chiste no era tan chiste. Debía responder para salir de esta situación curiosa, pero la respuesta tenía que estar a la altura de la pregunta.
─¡Dale, respondé!─ volvió a increpar con el ceño fruncido, entrecerrando un ojo y apretando los labios, esforzándose por poner su mejor cara de enojo.
Tragué saliva, puse mi mejor cara de susto y contesté lo primero que se me vino en ese momento de tanta presión:
–No tengo opción –le dije ─ , te doy mi vida porque la aspiradora me la prestó un amigo ─y la quedé mirando fijo. Esperando el desenlace de la escena espontánea que había creado.
Sin sacar la mirada ni el arma, sentenció:
─Buena respuesta─ y remato con una sonrisa acompañada de una guiñada complice.
La asaltante, satisfecha, volvió a tomar forma de anciana dulce, giró, se apoyo en el bastón y continuó su camino.
Yo hice lo mismo.
La obra había terminado.